Cuando la señora U se fue del pueblo

Esta historia la cuento porque sé que es verdad. Me tocó vivirla. Nadie venga a intentar cambiarla. Es un cuento trágico acerca de cuando todo nuestro mundo cambió como lo conocemos. Ahora tengo 97 años (como todos ya saben, desde hace ya demasiado tiempo nadie crece más, hace no sé cuánto que tengo 97 años). Pero en ese entonces contaba mi edad con sólo los dedos de mis dos manos.
  
Voy a ser lo más sintética que pueda. Era invierno y el frío me comía por todas partes, cuando la señora U decidió que ya no quería existir. Se fue a quién sabe dónde. ¡La señora U! ¿Me entienden? Pero cuando lo hizo la mayoría no se sintió demasiado afectado. Digamos, una cosa es que la A hubiese renunciado a su trabajo tan requerido en el mercado de las letras. O la R, que conozco que la usamos mucho. Pero la U no parecía un problema mayor.

Hay registros en los documentos legales que la primer persona en encontrar un problema fue el niño de 4 años llamado Robertito, hijo de Casandrita y Mariana. Robertito estaba jugando con su panza, como cualquiera lo hubiera hecho, cuando encontró su pupo. Pero una angustia le empezó a comer el cerebro. “¡Mamá!”, gritó y empezó a llorar muy fuerte. Ambas madres se acercaron a ayudarlo y no entendían lo que le pasaba. “¡¿Cómo se llamaba esto?!”, gritó más fuerte y sin dejar de sollozar, marcando al huequito de su zona abdominal. Las mamás se quedaron perplejas porque sabían que ese era el pupo, pero ya no podían nombrarlo. Al haberse ido del pueblo la señora U, la letra “u” de pupo ya no se la podía pronunciar. 

Aun en estado de crisis, la familia de Robertito se acercó al mercado de letras e hizo la denuncia. Pero se dieron cuenta al instante de que no podían ni siquiera acusar a la U. Por suerte las Letradas ya estaban al tanto de la situación, por lo que pudieron entender. Sacaron, en ese instante, un aviso para toda la población: “El espacio en el medio de la panza antes conocido por otro nombre, ahora se llamará <<pepo>>”. Imagínense el desconcierto. Pero Robertito se acostumbró y no hubo mucho más escándalo. Entonces, todos empezamos a pensar en el pupo como pepo, aunque algunos pupos, esos que miran hacia afuera de la panza, se sintieron traicionados y se cayeron de sus dueños sin más.

La cosa después vino de mal en peor. Las Paulas debieron pasar a llamarse Paolos, por más confusión que generara. Los autos fueron átomos, las aulas se convirtieron en alas, los Raules en Reales, la Autonomía Nacional se convirtió en Astronomía Nacional, desapareciendo cualquier autonomía, los celulares pasaron a ser centinelas, la música pasó a ser mesa, Australia pasó a ser Anastasia, y las Anastasias ya no sabían si eran una persona o un país, los famosos australes que aparecen en la historia de los 90’ desaparecieron del relato sin más, aliviando el corazón de algunos, la cuchara de la sopa pasó a ser nombrada como cocha, ya no existieron últimos y entonces tampoco primeros, las jaulas para animales se vieron obligadas a desaparecer, los cuentos fueron todos cantos, y los cantos eran también cantos, las burbujas, dichosas de tener dos us, pasaron a conocerse como berbejas,  y así y así.

Fueron meses de caos, pero yo como niña de 10 años no lo sufrí demasiado. Claro, el problema real vino después, cuando la señora U decidió volver a su laburo. ¡Cientos de niños habían aprendido a hablar en la nueva lengua! Tantas cosas habían tenido que adecuarse, tantos nuevos aprendizajes…

La mayoría de las cosas y nombres volvieron a su origen. Por supuesto, algunas Paulas se sintieron más cómodas siendo Paolos y se encontraron a sí mismas en medio de esta catástrofe. También algunos Raules se negaron a ceder su fama de Reales, y la música de alguna forma pasó a escucharse sólo en la mesa. Las jaulas regresaron, porque aún quedaban quienes se acordaban que alguna vez existieron, y de igual forma pasó con la competencia de primeros y últimos. Pero a grandes rasgos, el pupo es pupo de nuevo y nadie se animó a contar esta historia. Hasta ahora, que la conté yo.

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